En un mercado saturado de opciones, encontrar una miel auténtica no siempre es fácil. A menudo nos dejamos llevar por el precio, el color o la textura, sin saber que muchas mieles que encontramos en grandes superficies han sido sometidas a procesos que alteran su naturaleza.

La miel auténtica, la de verdad, es un producto vivo. Cada tarro encierra la historia de una floración, de una temporada, del trabajo incansable de miles de abejas. Pero, ¿cómo puedes saber si lo que estás comprando es realmente miel pura?

La cristalización es una pista. Lejos de ser un defecto, la cristalización es una señal de calidad. La miel cruda, sin calentar, tiende a solidificarse con el tiempo. Si una miel permanece líquida durante muchos meses sin cambiar, puede haber sido pasteurizada o mezclada con siropes. En Miel El Otero, por ejemplo, no calentamos nuestra miel: la extraemos en frío y la envasamos tal como sale del panal.

El color y el aroma también importan. La miel no tiene un único color ni sabor. Dependen de las flores de las que procede: romero, brezo, tomillo, lavanda… Cada floración aporta matices distintos. Si una miel huele demasiado neutra o sabe simplemente a azúcar, desconfía.

Lee la etiqueta. Busca información clara sobre el origen. Muchas veces verás en letras pequeñas: “mezcla de mieles UE y no UE”. Eso indica que ha sido mezclada, quizá con miel importada de países donde los controles son menos estrictos. En Miel El Otero apostamos por la transparencia: toda nuestra miel proviene exclusivamente de nuestras colmenas en la Sierra Norte de Guadalajara.

Valora el trabajo del apicultor. Detrás de cada tarro de miel artesanal hay cuidado, respeto por la naturaleza y una forma de vida. Elegir miel de proximidad es apoyar una economía más justa y sostenible. Además, ayudas a mantener vivas a las abejas y a conservar paisajes llenos de flores.

La próxima vez que compres miel, tómate un momento para mirar más allá del envase. Tu paladar —y las abejas— lo agradecerán.